¿Os imagináis un bar años 50 en EEUU todo muy pin-up? ¿Podéis ver a esas camareras con las grandes jarras de café sirviendo en la barra? Hoy os traigo, cafeteros, un pequeño homenaje. A partir del inicio del cuento El Gordo de Raymon Carver, (la parte subrayada), he creado este relato, si me permitís la expresión, divertido. Cuando lo terminéis, decidme si os ha venido alguna película de cierto director de cine. No digo más. ¡Más café por aquí, por favor!
Fotografía de Mauizio di Orio: https://mauriziodiiorio.tumblr.com/post/79565191827
Estoy sentada tomando café y fumando en casa de mi amiga Rita y se lo estoy contando.
Esto es lo que le cuento.
Es ya tarde en un miércoles lento cuando Herb sienta al gordo en una mesa de mi sección.
Este gordo es la persona más gorda que he visto, aunque se ve pulcro y bien vestido. Todo en él es enorme. Pero lo que mejor recuerdo son sus dedos. Me doy cuenta por primera vez cuando me detengo en la mesa cercana a la suya para atender a la pareja de ancianos. Sus dedos son tres veces más grandes que los de una persona normal: largos, gruesos, cremosos.
Atiendo mis otras mesas, un grupo de cuatro hombres de negocios, muy exigentes: otro grupo de cuatro, tres hombres y una mujer, y esta pareja de ancianos. Leander le ha servido agua al gordo y, antes de ir a su mesa, le doy bastante tiempo para que se decida.
Buenas tardes, le digo, ¿qué le puedo servir?, le digo.
Era grande, de verdad grande, Rita.
Buenas tardes, dice. Hola. Sí, dice. Creo que estamos listos para pedir, dice.
¿Y bien?, digo mientras me venía una arcada a la boca, Rita.
Un puñado de tornillos del 25, dice el gordo.
¿Perdón?, parpadeo. Y se empieza reír. Su papada se agranda, tiembla. Es espantosa, Rita.
Disculpa, mozuela. Mi hijo no tiene educación, dice el viejo de enfrente del gordo.
Hasta ahora no había reparado en él. Es la tercera parte de su hijo, está mellado y apesta a calzoncillos meados. ¿Por qué me tienen que tocar siempre a mí los raritos?
Querríamos, mozuela, dos bistec de ternera con huevos y baicon frito, dice mientras su mano huesuda se encamina a rozarme el muslo.
¿Y de beber?, apunto la comida y cambio el peso del cuerpo hacia la esquina del gordo. La arcada ahora es doble.
Café, dice el viejo. Batido de chocolate, dice el gordo.
Al retirarles las cartas, el viejo vuelve a intentar rozarme con sus uñas ennegrecidas y me aparto como bailoteando. El gordo vuelve a reírse. Me dirijo a la cocina sin ningún testigo que haya presenciado el acoso del viejo meado. ¡Qué asco Rita cada vez que lo pienso! La pareja de viejos no para de gritarse y a ella, la abuelita de Liberty Avenue, se le cae la dentadura al suelo. Su marido la aplasta con el bastón. No interfiero. Una mujer decente no debe interponerse en un matrimonio Rita.
Cuando entro en la cocina, Bill está de un humor de perros. Se le ha quemado la comanda de la 17. Un chasco. Le coloco mi nota y voy a la barra. Preparo el batido, cojo la jarra de dos litros de café y me dirijo a la mesa del viejo y el gordo. Le sirvo el batido de chocolate al gordo, sonríe. Su sonrisa se oculta entre tanta carne. Me quedo espantada en sus labios finos, hecho que su padre, el viejo, aprovecha para agarrar mi nalga derecha. Me asusto. Me sonrojo. El gordo ríe, el viejo ríe. Bill vocea desde la cocina. La plancha está ardiendo. Bill sale de la cocina. De su pecho peludo salen gritos en armenio que se le enroscan en la cadena de oro que lleva al cuello. No lo entendemos.
Reacciono, voy a la barra y cojo la escopeta Browning de doble cañón calibre 20mm. No me acerco. Apunto al viejo y disparo a su paquete de eunuco impotente. Estalla. El gordo ríe. Apunto a su cabeza. Estalla, Rita, estalla. Sus sesos, que no son muy grandes, se deshacen en el cristal con vistas al Independence Park.
Todo el mundo grita, huye del fuego y del miedo.
Señora, ¿y por qué fue a contárselo a su amiga Rita? Sabía que, tarde o temprano, daríamos con usted.
Tenía que contárselo, señor agente. Rita se partió de risa. La puse muy cachonda. Tenía que borrarme del culo la mano de ese viejo asqueroso. Me lamió las nalgas hasta que me corrí del gusto.