Muchas veces, cuando voy a tomarme un café fuera de casa, me llevo un libro en la mano. Me siento, me enciendo cigarro, pido el café y leo. Bueno, ahora ya no fumo. Tampoco salgo, la pandemia se ha cargado este imperativo categórico. Pero sigo leyendo y sigo tomando café, ¡no nos lo pueden quitar todo! ¿O sí?
Yo no era mucho de la hora del café y menos en una cafetería. Lo creía muy snob. Esta costumbre me la pegó una ex, con la que compartía a menudo las tardes en una terraza. El amor es una fuerza arrolladora, ¿no? Los camareros acabaron por saber qué íbamos a tomar.
Pero un día, todo cambió. Rompimos. Cada uno eligió una nueva terraza donde sentarse a mirar pasar el tiempo. La cafetería compartida cerró también, acompañando el candado de su reja a nuestro fracaso sentimental. No obstante, la vida continuó pegada a una taza de café.
Al principio, después de cortar, seguí con esa costumbre para encontrarme con ella. ¿Y si por casualidad le daba por aparecer por la misma terraza en la que yo me sentaba? Soy de un pueblo pequeño, por probabilidad, era casi seguro que nos volveríamos a ver. Y así sucedió en repetidas ocasiones. Nos mirábamos alternamente, cuando uno miraba, el otro no, pero nos sentíamos observados. O eso pienso yo, a día de hoy, ella y yo seguimos sin hablarnos.
Durante todo ese tiempo que esperaba a que pasase por delante de mi mesa, aunque fuera para ignorarnos, me aburría, el café se acababa pronto, fumar me cansaba... ¿Qué podía hacer? Muy amigo de imaginar y de observar, comencé por llevarme una libreta y un libro. Cuando se me ocurría algo, lo apuntaba. Cuando no se me ocurría nada, leía. En esa terraza, a la que espero volver, destapé el crimen de Raskolnikov, Azarías ahorcó al señorito o el Txato murió tiroteado por la ETA. Las mesas se convirtieron en un tablero de juego y poco a poco se disipó la urgencia de verla por la de descubrir otros mundos dentro y fuera de mí.
Como pienso que esto le ha pasado a mucha gente, lo de ir al café y aburrirse, lo de esperar a que pase alguien, lo de ignorar y transportarse a otros mundos mientras se espera a ser ignorado, en fin, como pienso que lo de matar el tiempo en una mesa de cafetería no es sólo cosa mía, he decidido abrir este espacio web para todo aquel que le apetezca pasarse por aquí mientras se toma su café como hacía y hago yo, o mientras hace otra cosa. No hace falta ponerse ortodoxo.
Por cierto, el nombre de El Café Moderno viene de un bar que hay en la calle principal de mi pueblo, cerrado no sé hace cuanto tiempo, pero que en sus puertas tiene una foto de una tertulia de hombres con barba que parecen intelectuales de época. No es que yo me considere intelectual, pero esa gente supongo que se sentaban a hablar de lo que leían, pensaban o veían, qué se yo. Espero, que como ellos, lean y hablen de lo que yo escribo aquí. Pues eso, que nos iremos conociendo entre tazas y letras. Hasta pronto.
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